Amamos a los animales pero también nos los comemos

Piensa en el cerdo. Quizá se te haga la boca agua al imaginarte la panceta crujiente o el sabroso jamón. Según la ONU para la Alimentación y la Agricultura, este tipo de carne es la que se consume en más lugares del mundo. En cambio, en ciertas comunidades esta carne es sagrada como por ejemplo para el islam o judaísmo .En nuestra sociedad, el cerdo tiene una mala fama a pesar de que sean extraordinariamente sociables, muy inteligentes y más limpios de lo que se suele pensar. Además, un estudio publicado en Animal Cognition reveló que pueden entender las indicaciones de los humanos de manera similar a como lo hacen los perros.

Ahora bien, si empiezas a sentirte mal por el bocadillo de jamón que te has tomado esta mañana o  por los spaghettis a la boloñesa del medio día, no te preocupes no seras el único. Este malestar surge a causa de un fénomeno llamado «la paradoja de comer carne». Esto ocurre cuando a la persona en cuestión le gusta comer carne pero le disgusta pensar en la muerte de éstos para obtener dicha carne. Ya lo afirmó Brock Bastian, psicólogo de la Universidad de Melbourn: » Si se rasca la superficie, todo el mundo parece un poco incómodo por comer carne». Las personas se preocupan profundamente por el daño que pueda sufrir dicho animal cuando se procede a elaborar la carne. «Si muere por causas naturales no ocurriría ningún conflicto interno por comérselo»(Bastian Melbourn). En este fenómeno, lo que se ha podido destacar es lo que se denomina como disonancia cognitiva. Es un estado psicológico desagradable que se produce cuando diversas actitudes que mantenemos o nuestra actitud y nuestro comportamiento, son de alguna manera incompatibles. Este tema ha tenido una gran eclosión en los últimos tiempos ya que los psicólogos estaban interesados en el modo en que las personas elaboramos nuestro apetito carnívoro. Al parecer, los seres humanos empleamos un repertorio de trucos cognitivos para distinguir los animales que consumimos de los que no nos llevamos al estómago; ello nos permite digerir con mayor facilidad los pensamientos desagradables ( La paradoja de comer carne. Marta Zaraska en Mente y cerebro. nº82. págs 60-66, diciembre 2016). Ahora mismo, os estaréis planteando, ¿si nos produce conflictos internos y malestar por qué la consumimos?

A continuación voy a explicaros brevemente todos las factores que se conocen en la actualidad. Una de las respuestas emergentes fue dada por el psicólogo Matthew Ruby en 2015 y lo denominó «las 4 enes». Es decir que justificamos nuestro consumo de carne con las siguientes 4 razones: una, es porque es natural (es decir que hemos evolucionado para comerla), dos, porque es normal, tres porque es necesario y cuatro, porque es agradable ya que su sabor nos agrada. También hay que tener en cuenta que estas 4 enes tienen sus limitaciones y por tanto según Ruby, los individuos que se apoyan en esos cuatro puntos manifiestan sesgos de confirmación (es decir que tienden a favorecer las informaciones que respaldan sus creencias lo que supone que sus propias creencias no son totalmente consistentes). Por otro lado, la cultura ocupa un lugar crucial para entender por qué permitimos que algunos animales vivan con nosotros y otros los sirvamos en nuestros platos. En algunas culturas, comer perro resulta inaceptable mientras que comer cerdo es normal. En otras en cambio, ingerir carne de vacuno o cerdo es tabú ( en el Tibet). Por lo que hay una gran heterogenéidad. Es más, una vez que una comunidad categoriza a cierto animal como «comida», cambia el concepto que se tiene de él. Es lo que llamamos «camuflaje lingüístico». «No denominamos a la carne con el nombre exacto del animal, sino que nos referimos a ella como magro, filete y beicon» explica Hank Rothgerber, psicólogo en la Universidad de Bellarmine en Louisville. Otros grupos de personas, con el fin de vencer la disonancia cognitiva, optan por el vegetarianismo, no obstante, pocas personas optan por esta estrategia. Es posible que estos sujetos sean los que presenten una mayor sensibilidad ante el sufrimiento animal. Otras personas, lo que hacen es convencerse a sí mismas y a los demás de que su consumo de carne es menor del que es en realidad. Y un tercer grupo, opta por la evitación. «Se trata de la estrategia principal: no pensar en absoluto sobre el origen de la carne» explica Rothgerber. Me parece oportuno recalcar, que las personas que durante la infancia hayan mantenido una estrecha relación con sus mascotas se muestran más propensas que el resto de los sujetos a evitar plantearse de dónde procede la carne. Por último, otra de las opciones para reducir la disonancia cognitiva es la disociación. Es decir, que de alguna manera, despojamos a los animales que consumimos de animalidad, lo que nos permite considerarlos como mera carne. De algún modo, tratamos de poner una distancia mental entre un animal capaz de pensar y una posible fuente de comida. Ello revela por qué tendemos a pensar que los animales que ingerimos son menos inteligentes que nuestras mascotas. Es así como con el uso de estas herramientas, mayoritariamente cognitivas, procedemos a comer carne sin prejuicios ( o con menos conflictos internos por lo menos).

Como bien hemos visto previamente, cada individuo puede hacer uso de diferentes estrategias  para resolver esos conflictos que puedan aparecer a la hora de ingerir un sabroso plato de carne. No obstante, cabe añadir, que existen diferencias de género a la hora de utilizar dichas técnicas para reducir esta disonancia. Por un lado, los hombres tienden a dudar que los animales puedan  experimentar emociones complejas como el amor. Al igual que también, son más propensos que las mujeres a usar «justificaciones pro-carne» ( entre ellas las «4 enes»). Las mujeres, en cambio, optan por la disociación, de acuerdo con Rothgerber. Las mujeres tienden a mentir sobre el consumo de carne debido a la presión social, la culpa y por el hecho de que les disgute el sabor. El investigador, piensa que la razón de tales diferencias se reduce a nuestra asunción cultural de que la carne es un alimento principalmente masculino. «Al comer carne, los hombres obtienen  validación de su identidad. En realidad se les recompensa por pensar así» afirma Rothgerber.

Ahora cada uno de nosotros, debemos abrir más los ojos y prestar atención a lo que ponemos en nuestros platos sin engañarnos a nosotros mismos y aceptar nuestras acciones o bien cambiarlas. Eso ya… es vuestra elección.

Agradecimientos:

–  La paradoja de comer carne. Marta Zaraska en Mente y Cerebro nº 81, 2016.

– Who’s lying about not eating meat? Hal Herzog en Psychology Today. Publicado en línea el 8 de agosto, 2014. www.psychologytoday.com/blog/animals-and-us/20148/whos-lying-about-not-eating-meat

2 comentarios en «Amamos a los animales pero también nos los comemos»

    • Buenas tardes Ismael, este blog no pretende plagiar a ninguna revista científica. Los artículos son de elaboración propia, no obstante en ocasiones me parece interesante que la gente que quizás no tenga acceso o bien no conoce este tipo de revistas pueda tener la oportunidad de tomar un primer contacto, es por ello que en esta ocasión me ha parecido oportuno tratar este tema de gran interés en la actualidad inspirándome en éste.Asimismo, todas las fuentes de información escogidas para elaborar cada artículo aparece en la bibliografía correspondiente a cada uno de ellos. Agradezco tu aportación ya que contribuye a la mejora del blog.
      Un saludo, Andrea.

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